Cuando hablamos de la educación como
la herramienta que impulsa el futuro, nos dedicamos a recalcar el inmenso poder
que esta puede darnos y, generalmente, están basados en el conocimiento global
y sobre las formas para demostrar las capacidades individuales a la hora de
responder a las necesidades de la sociedad, no obstante, se suele tropezar con
el error y la ilusión que nos hace parecer mejores o superiores al resto.
La humanidad no puede concebirse
sólo bajo la errada creencia de sus maravillosas acciones y creaciones, pues
existe un entramado de conocimiento que la propia especie humana, a lo largo y
ancho de toda su existencia, ha hecho ver como falsas concepciones del
verdadero conocimiento para el desarrollo de la vida. En el libro publicado por
Edgar Morín titulado Los siete saberes
necesarios a la educación del futuro, se despejan algunas de estas
incógnitas e inquietudes que nos dan pie para comprender algunos trasfondos de
lo que se espera de la educación del futuro.
Morín pone en evidencia lo que para
él representa “El talón de Aquiles del conocimiento”, el cual nos indica que
las emociones están ligadas a las acciones y a las concepciones que se tienen
del mundo. Dicha apreciación nos devela que la educación depende
significativamente de los procesos vivenciales que se vayan construyendo, sin
olvidar que en el camino para lograr un aprendizaje existen y existirán
errores, ilusiones y cegueras. Se debe que tener presente que la proyección de
nuestros deseos pueden afectar o perturbar dichas situaciones.
En líneas generales, Morín señala que “un
conocimiento no es el espejo de las cosas o del mundo exterior (…) Al error de
percepción se agrega el error intelectual”. Es allí donde cabe preguntarnos:
¿Por qué en determinadas situaciones solemos percibir bien lo que está mal, y
viceversa? La respuesta a ello la da el
propio autor al aclararnos que la proyección de nuestros deseos o de nuestros
miedos, así como las perturbaciones mentales aportan a nuestras emociones un
alto riesgo para caer en el error. Es por esta razón que un determinado
sentimiento como el odio, el amor y la amistad pueden enceguecernos, e
inclusive puede generar que el conocimiento se vea fortalecido.
La experiencia en el conocimiento es
un alcance que se logra con determinación y constante estudio, no es
hereditaria ni transferible de los unos a los otros por mecanismos tecnológicos, ya que su
aplicabilidad es la que hace la verdadera diferencia. El desarrollo y
conocimiento científico desecha mucha de las teorías que pueden abrumar al ser
humano, pero esta no queda inmune de caer en el error. Quizás la clave para
desempolvar todo el atraso en ceguera mental sea la que nos indica Morín al
proponer que “la educación debe entonces dedicarse a la identificación de los
orígenes de errores, de ilusiones y de cegueras”, todo ello para fortalecerse
en la creación de soluciones y alternativas que despejen las diversas
situaciones que nos preocupan.
De nada vale el conocimiento si de
él no se desprende el fruto del saber. El ser humano vive en retrospectiva
constante a través de su historia, busca avanzar, pero muchas veces retrocede
sin darse cuenta del error. Los errores mentales son tan frecuentes, y la
memoria es tan frágil que a lo largo de la vida puede convertirse en un referente
de dudas y aproximaciones vagas que apuntan al egocentrismo, tratando de cubrir
aquella necesidad de autojustificación, lo que hace que cada quien mienta
sobre sí mismo sin que se detecte el daño propio.
Entonces, ¿valdría la pena ser
minuciosos y depurativos con nuestros propios recuerdos para que no se escape
el conocimiento adquirido? Según Morín esto algo impredecible, debido a que nuestro
subconsciente tiende a traicionarnos cuando menos lo necesitamos, debido a que la
mente humana es selectiva con los recuerdos, mientras que en ocasiones rechaza
y borra de manera inconscientemente.
Otros errores comunes son los
intelectuales, relacionados con la lógica organizadora de cualquier sistema de
ideas, así como los errores de la razón, cuya intención busca lo racional por
encima de las ilusiones. Cuando se cometen este tipo de errores se suele negar
o desconocer al ser como individuo capaz de generar conocimiento, y al mismo
tiempo se subestima a la subjetividad y la afectividad. Morín da ejemplos en
cuento a las mentes científicas y técnicas quienes, según el autor, emplean la
racionalidad en su oficio, pero que a la vez pueden carecer de irracionalidad
en otros aspectos como en la política o en su vida personal.
Dadas las circunstancias que tenga
el hombre se debe aprender a adaptarse y cultivarse con sus propios medios. Las
cegueras paradigmáticas pueden conducir al hombre en direcciones apocalípticas,
ya que los modelos culturales en el que haga vida lo hacen pensar y actuar
según lo establecido. El paradigma enceguecedor puede imponer discursos y
estilos; así como dominar, enajenar, y controlar. Caer en este tipo de cegueras
no apunta a un avance, sino más bien a una terrible depresión de la que el
individuo creador puede hundirse paulatinamente hasta perecer intelectualmente.
Tanto la filosofía como la ciencia
son paradigmas que se oponen, ambas conducen a conocimientos diferentes, y
según como se vean y planteen podrán ser erradas, aunque no siempre deben ser
descartables. Las primeras experiencias del ser humano son huellas perennes. La
conducta que se tenga ante la vida no es garante de de un gran conocimiento.
Las sociedades son moldeables y domestican a los individuos. Ante lo inesperado
debemos aprender a actuar y esa educación es la que nos abre las compuertas del
futuro.
Nuestra aptitud para organizar el
conocimiento puede darnos la clave para una educación cada día más útil en la resolución de problemas. La pertinencia
en el conocimiento debe enfocar el contexto, lo global, lo multidimensional, lo
complejo, la inteligencia general, y la antinomia (las contradicciones). Por
último, Morín nos presenta una serie llamada “Los problemas esenciales”,
hablando de disyunción y especialización cerrada, que son errores cometidos por
la abstención y separación de las cosas del contexto general. Otro problema
presente es el de reducción y disyunción que es aquella separación del conjunto
de saberes, y que pasa a ser un rompecabezas. La falsa racionalidad pasa a ser
otro problema, y esta nos habla de las engañosas atribuciones que desde hacen
siglos hemos venido repitiendo.
Hoy estamos viviendo en un siglo
lleno de grandes avances en todo tipo de conocimiento, pero seguimos siendo
vulnerables ante las crisis humanas. Lo que quiere decir que, probablemente, no
hemos comprendido el valor de ese conocimiento y de cómo se debe emplear, sin verlo
por separado sino más bien vinculándolos todos para lograr profundas reflexiones
que consoliden un plan con vista al futuro lúcido, libre de cegueras mentales,
anomalías paradigmáticas y atrofias
sociales.
por: América Parés F.
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