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viernes, 1 de marzo de 2013

Esbozo para la educación del futuro: desafíos y roles sociales


        Cuando hablamos de la educación como la herramienta que impulsa el futuro, nos dedicamos a recalcar el inmenso poder que esta puede darnos y, generalmente, están basados en el conocimiento global y sobre las formas para demostrar las capacidades individuales a la hora de responder a las necesidades de la sociedad, no obstante, se suele tropezar con el error y la ilusión que nos hace parecer mejores o superiores al resto.  

            La humanidad no puede concebirse sólo bajo la errada creencia de sus maravillosas acciones y creaciones, pues existe un entramado de conocimiento que la propia especie humana, a lo largo y ancho de toda su existencia, ha hecho ver como falsas concepciones del verdadero conocimiento para el desarrollo de la vida. En el libro publicado por Edgar Morín titulado Los siete saberes necesarios a la educación del futuro, se despejan algunas de estas incógnitas e inquietudes que nos dan pie para comprender algunos trasfondos de lo que se espera de la educación del futuro. 

            Morín pone en evidencia lo que para él representa “El talón de Aquiles del conocimiento”, el cual nos indica que las emociones están ligadas a las acciones y a las concepciones que se tienen del mundo. Dicha apreciación nos devela que la educación depende significativamente de los procesos vivenciales que se vayan construyendo, sin olvidar que en el camino para lograr un aprendizaje existen y existirán errores, ilusiones y cegueras. Se debe que tener presente que la proyección de nuestros deseos pueden afectar o perturbar dichas situaciones.

             En líneas generales, Morín señala que “un conocimiento no es el espejo de las cosas o del mundo exterior (…) Al error de percepción se agrega el error intelectual”. Es allí donde cabe preguntarnos: ¿Por qué en determinadas situaciones solemos percibir bien lo que está mal, y viceversa? La respuesta  a ello la da el propio autor al aclararnos que la proyección de nuestros deseos o de nuestros miedos, así como las perturbaciones mentales aportan a nuestras emociones un alto riesgo para caer en el error. Es por esta razón que un determinado sentimiento como el odio, el amor y la amistad pueden enceguecernos, e inclusive puede generar que el conocimiento se vea fortalecido.

            La experiencia en el conocimiento es un alcance que se logra con determinación y constante estudio, no es hereditaria ni transferible de los unos a los otros  por mecanismos tecnológicos, ya que su aplicabilidad es la que hace la verdadera diferencia. El desarrollo y conocimiento científico desecha mucha de las teorías que pueden abrumar al ser humano, pero esta no queda inmune de caer en el error. Quizás la clave para desempolvar todo el atraso en ceguera mental sea la que nos indica Morín al proponer que “la educación debe entonces dedicarse a la identificación de los orígenes de errores, de ilusiones y de cegueras”, todo ello para fortalecerse en la creación de soluciones y alternativas que despejen las diversas situaciones que nos preocupan.


            De nada vale el conocimiento si de él no se desprende el fruto del saber. El ser humano vive en retrospectiva constante a través de su historia, busca avanzar, pero muchas veces retrocede sin darse cuenta del error. Los errores mentales son tan frecuentes, y la memoria es tan frágil que a lo largo de la vida puede convertirse en un referente de dudas y aproximaciones vagas que apuntan al egocentrismo, tratando de cubrir aquella necesidad de autojustificación, lo que hace que cada quien mienta sobre sí mismo sin que se detecte el daño propio. 

            Entonces, ¿valdría la pena ser minuciosos y depurativos con nuestros propios recuerdos para que no se escape el conocimiento adquirido? Según Morín esto algo impredecible, debido a que nuestro subconsciente tiende a traicionarnos cuando menos lo necesitamos, debido a que la mente humana es selectiva con los recuerdos, mientras que en ocasiones rechaza y borra de manera inconscientemente.

            Otros errores comunes son los intelectuales, relacionados con la lógica organizadora de cualquier sistema de ideas, así como los errores de la razón, cuya intención busca lo racional por encima de las ilusiones. Cuando se cometen este tipo de errores se suele negar o desconocer al ser como individuo capaz de generar conocimiento, y al mismo tiempo se subestima a la subjetividad y la afectividad. Morín da ejemplos en cuento a las mentes científicas y técnicas quienes, según el autor, emplean la racionalidad en su oficio, pero que a la vez pueden carecer de irracionalidad en otros aspectos como en la política o en su vida personal.

            Dadas las circunstancias que tenga el hombre se debe aprender a adaptarse y cultivarse con sus propios medios. Las cegueras paradigmáticas pueden conducir al hombre en direcciones apocalípticas, ya que los modelos culturales en el que haga vida lo hacen pensar y actuar según lo establecido. El paradigma enceguecedor puede imponer discursos y estilos; así como dominar, enajenar, y controlar. Caer en este tipo de cegueras no apunta a un avance, sino más bien a una terrible depresión de la que el individuo creador puede hundirse paulatinamente hasta perecer intelectualmente.


            Tanto la filosofía como la ciencia son paradigmas que se oponen, ambas conducen a conocimientos diferentes, y según como se vean y planteen podrán ser erradas, aunque no siempre deben ser descartables. Las primeras experiencias del ser humano son huellas perennes. La conducta que se tenga ante la vida no es garante de de un gran conocimiento. Las sociedades son moldeables y domestican a los individuos. Ante lo inesperado debemos aprender a actuar y esa educación es la que nos abre las compuertas del futuro.  

            Nuestra aptitud para organizar el conocimiento puede darnos la clave para una educación cada día más útil  en la resolución de problemas. La pertinencia en el conocimiento debe enfocar el contexto, lo global, lo multidimensional, lo complejo, la inteligencia general, y la antinomia (las contradicciones). Por último, Morín nos presenta una serie llamada “Los problemas esenciales”, hablando de disyunción y especialización cerrada, que son errores cometidos por la abstención y separación de las cosas del contexto general. Otro problema presente es el de reducción y disyunción que es aquella separación del conjunto de saberes, y que pasa a ser un rompecabezas. La falsa racionalidad pasa a ser otro problema, y esta nos habla de las engañosas atribuciones que desde hacen siglos hemos venido repitiendo.

            Hoy estamos viviendo en un siglo lleno de grandes avances en todo tipo de conocimiento, pero seguimos siendo vulnerables ante las crisis humanas. Lo que quiere decir que, probablemente, no hemos comprendido el valor de ese conocimiento y de cómo se debe emplear, sin verlo por separado sino más bien vinculándolos todos para lograr profundas reflexiones que consoliden un plan con vista al futuro lúcido, libre de cegueras mentales, anomalías paradigmáticas  y atrofias sociales.  

por: América Parés F.

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